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Pastoral

Curso 2023-2024

Hablar, proponer gratuidad puede parecer provocador o al menos irónico en unos tiempos en que sufrimos la subida de los precios. Pero no nos quedemos en las apariencias y vayamos al fondo. Cuando Jesús dice, “gratis habéis recibido, dad gratis”, (Mt 10, 8) está invitando a los apóstoles, a sus discípulos, a nosotros, a reconocer cuánto han recibido y no escatimar al ofrecerlo. ¿Eres consciente de cuánto tienes? ¿Quién te da incluso cuando no lo pides? ¿Qué das tú?

Cierto que las cosas valen, cuestan y, por lo visto, cada vez más. También la gratuidad, a veces, cuesta. Si no fuera así, no sería gratuidad sino desinterés, carecería de valor. La gratuidad está en el corazón del Evangelio y en el corazón de Dios, por eso es tan humana y constructiva para progresar como personas, pues de eso se trata: crecer, aprender, desarrollar lo mejor de uno mismo. Y como Colegio, estamos llamados a ser un espacio fiable para ello. Es universal: por encima de las cosas estamos las personas, tú y yo, nosotros. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo? (Lc 9, 25). Las personas no tenemos precio, nuestro valor es absoluto, no depende del interés ajeno ni del mercado donde todo se puede comprar y vender a cambio de algo (dinero, esfuerzo, trabajo, otros objetos). Así funcionamos con las cosas, pero no con las personas. Las personas somos más, porque tenemos interioridad, alma, es lo que nos hace únicos, irrepetibles, singulares, dignos de ser amados por nosotros mismos. Y eso que somos, es bueno y hermoso compartirlo con generosidad con los demás, incluso corriendo el riesgo de ser rechazados o abusados. “A quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas” (Mt 5, 38-42). El propio miedo al abuso o al rechazo es limitante e impide tu crecimiento personal. Pero puedes afrontarlo, más bien, como una oportunidad de conocerte con más realismo, con tus limitaciones, pero sobre todo con tus ganas de amar, vivir y compartir, a pesar incluso de las dificultades y obstáculos. No en vano, las personas nos revelamos en lo que hacemos, y por eso es preciso hacer cosas, cosas buenas, cosas grandes. Decían los antiguos griegos, “cuanto mayor sea el reto, mayor será la gloria”.

La gratuidad en el bien es un valor añadido. También en el mal, aunque en sentido contrario. Entonces resulta aborrecible, el mal gratuito, porque sí, es absurdo: mentira, engaño, grito, insulto, agresión, violencia ¿qué podría justificarlos? Nada. Sin embargo, parece que seas más libres porque lo haces, “porque me da la gana”. «Elige el bien y vivirás» (Dt 30, 19), usa tu libertad para hacer las cosas bien, será más satisfactorio. La gratuidad supone un desafío por el que hay que optar, depende de ti, es una elección, una decisión que has de tomar. “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor” (San Juan de la Cruz).

Dar con gratuidad, gratis, es no poner precio a lo que haces, es no esperar nada a cambio. Y cuando recibes algo que no has pedido, te sorprendes gratamente y te brota el agradecimiento. Agradecer es reconocer la persona más allá de lo que produce, hace. Compañera, profesor, monitora, empleado, limpiadora. ¿Cómo reconozco que son más que eso que hacen puntualmente? Cuando das las gracias, reconoces la gratuidad y das gratuidad, te haces más persona, creces.

El objetivo marco de este curso es, pues, una invitación a la generosidad en sentido amplio, a afrontar los retos, a hacer cosas grandes, a partir de lo que eres y tienes. La ternura, la fraternidad, el cuidado, que indicábamos en cursos anteriores, adquieren una significación más plena desde la gratuidad. Por eso, date cuenta y considera cuánto tienes, cuánto has recibido, qué actitud tomas ante ello: ¿tienes miedo a perderlo? ¿lo quieres sólo para ti? ¿qué vas a hacer con ello? ¿qué retos, propósitos, desafíos vas a afrontar?

V/. ¡Qué magníficas son tus obras, Señor!
R/. ¡Qué profundos tus designios!

Oración

Señor Dios, Padre de ternura, infúndenos la luz del Espíritu Santo, para que, libres de toda adversidad, con el ejemplo de María santísima y san Vicente Ferrer y su intercesión, podamos crecer en el amor, alegrarnos en el servicio y cantar siempre tu alabanza. Por Jesucristo, nuestro Señor. AMEN.

Curso 2023-2024

Hablar, proponer gratuidad puede parecer provocador o al menos irónico en unos tiempos en que sufrimos la subida de los precios. Pero no nos quedemos en las apariencias y vayamos al fondo. Cuando Jesús dice, “gratis habéis recibido, dad gratis”, (Mt 10, 8) está invitando a los apóstoles, a sus discípulos, a nosotros, a reconocer cuánto han recibido y no escatimar al ofrecerlo. ¿Eres consciente de cuánto tienes? ¿Quién te da incluso cuando no lo pides? ¿Qué das tú?

Cierto que las cosas valen, cuestan y, por lo visto, cada vez más. También la gratuidad, a veces, cuesta. Si no fuera así, no sería gratuidad sino desinterés, carecería de valor. La gratuidad está en el corazón del Evangelio y en el corazón de Dios, por eso es tan humana y constructiva para progresar como personas, pues de eso se trata: crecer, aprender, desarrollar lo mejor de uno mismo. Y como Colegio, estamos llamados a ser un espacio fiable para ello. Es universal: por encima de las cosas estamos las personas, tú y yo, nosotros. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo? (Lc 9, 25). Las personas no tenemos precio, nuestro valor es absoluto, no depende del interés ajeno ni del mercado donde todo se puede comprar y vender a cambio de algo (dinero, esfuerzo, trabajo, otros objetos). Así funcionamos con las cosas, pero no con las personas. Las personas somos más, porque tenemos interioridad, alma, es lo que nos hace únicos, irrepetibles, singulares, dignos de ser amados por nosotros mismos. Y eso que somos, es bueno y hermoso compartirlo con generosidad con los demás, incluso corriendo el riesgo de ser rechazados o abusados. “A quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas” (Mt 5, 38-42). El propio miedo al abuso o al rechazo es limitante e impide tu crecimiento personal. Pero puedes afrontarlo, más bien, como una oportunidad de conocerte con más realismo, con tus limitaciones, pero sobre todo con tus ganas de amar, vivir y compartir, a pesar incluso de las dificultades y obstáculos. No en vano, las personas nos revelamos en lo que hacemos, y por eso es preciso hacer cosas, cosas buenas, cosas grandes. Decían los antiguos griegos, “cuanto mayor sea el reto, mayor será la gloria”.

La gratuidad en el bien es un valor añadido. También en el mal, aunque en sentido contrario. Entonces resulta aborrecible, el mal gratuito, porque sí, es absurdo: mentira, engaño, grito, insulto, agresión, violencia ¿qué podría justificarlos? Nada. Sin embargo, parece que seas más libres porque lo haces, “porque me da la gana”. «Elige el bien y vivirás» (Dt 30, 19), usa tu libertad para hacer las cosas bien, será más satisfactorio. La gratuidad supone un desafío por el que hay que optar, depende de ti, es una elección, una decisión que has de tomar. “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor” (San Juan de la Cruz).

Dar con gratuidad, gratis, es no poner precio a lo que haces, es no esperar nada a cambio. Y cuando recibes algo que no has pedido, te sorprendes gratamente y te brota el agradecimiento. Agradecer es reconocer la persona más allá de lo que produce, hace. Compañera, profesor, monitora, empleado, limpiadora. ¿Cómo reconozco que son más que eso que hacen puntualmente? Cuando das las gracias, reconoces la gratuidad y das gratuidad, te haces más persona, creces.

El objetivo marco de este curso es, pues, una invitación a la generosidad en sentido amplio, a afrontar los retos, a hacer cosas grandes, a partir de lo que eres y tienes. La ternura, la fraternidad, el cuidado, que indicábamos en cursos anteriores, adquieren una significación más plena desde la gratuidad. Por eso, date cuenta y considera cuánto tienes, cuánto has recibido, qué actitud tomas ante ello: ¿tienes miedo a perderlo? ¿lo quieres sólo para ti? ¿qué vas a hacer con ello? ¿qué retos, propósitos, desafíos vas a afrontar?

V/. ¡Qué magníficas son tus obras, Señor!
R/. ¡Qué profundos tus designios!

Oración

Señor Dios, Padre de ternura, infúndenos la luz del Espíritu Santo, para que, libres de toda adversidad, con el ejemplo de María santísima y san Vicente Ferrer y su intercesión, podamos crecer en el amor, alegrarnos en el servicio y cantar siempre tu alabanza. Por Jesucristo, nuestro Señor. AMEN.

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